Trabajo de Incorporación a la
Academia de la Lengua de Carabobo
Capítulo I: Sobre el
verdadero artista
“15 de noviembre de 1910 Casi ninguna
palabra que escribo se adapta a las demás; oigo cómo las consonantes se rozan
con sonido metálico, y las vocales lo acompañan con un canto que parece el de
los negros en las ferias”. Franz Kafka
Hay cosas que te definen para toda la
vida. Un beso. Un consejo. Un hecho. O un libro. Hace ya treinta años mi padre
puso en mis manos una Historia Universal de la Música del francés Roland de
Candé. Yo, que en realidad tengo una memoria indisciplinada, me encontré con
una frase que se quedaría grabada en mi mente para siempre. En el proceso de
búsqueda de la identidad y un puerto al que llegar, de repente tuve la certeza
que había encontrado una respuesta a las preguntas tempranas de la
adolescencia:
“El verdadero artista no busca
agradar inmediatamente, salvo que dependa de ello su supervivencia.
Fundamentalmente subversivo se reserva la libertad de imponer cambios, a pesar
del público, obedeciendo a necesidades históricas, técnicas o estéticas. El
artista está integrado en la sociedad, con su libertad y si es incomprendido es
porque es profético. El conflicto del arte y la sociedad es una realidad
objetiva, inherente a la esencia del uno y de la otra”.
La digitalización del mundo actual
nos lleva, inevitablemente, a un escaneo de nosotros mismos, ya no sólo la
producción se despliega en las redes, en los videos, los blog, los archivos
adjuntos, los pdf, sino que poco a poco nos vamos conectando en la red hasta el
punto de sumergir nuestras moléculas en el caldo de la inteligencia artificial,
somos avatares primero y luego seres
biorobóticos; un ser humano imparable que conquistará parte del espacio hasta
que el fin sea inevitable.
Mientras tanto hay mucho trabajo que
hacer. Y el verdadero escritor que realmente tiene una propuesta, un discurso, lo
necesario para cautivar al público, para mí necesariamente desde lo genuino,
anda siempre en busca de reinventarse, de superar tanto ruido de la sobrecarga
informativa y la vorágine citadina para hacer escuchar su voz, ante un público infoxicado,
enfermo de infobesidad.
Ernest Hemingway, dijo una vez en una
entrevista para la revista parisina Arts, que un escritor que deja de observar
ha terminado. Y en este punto vamos a establecer canales comunicantes desde la
observación y la investigación hacia el arte multidisciplinario como medio de
un discurso humanista con criterio y responsabilidad social.
Cuando las disciplinas se transforman
en herramientas, cuando la expresión halla caminos que pueden ser tan
cotidianos que no los veíamos o tan experimentales que ni nos imaginábamos.
Cuando las etiquetas y los ismos pierden protagonismo y simplemente somos nosotros,
creadores, quienes nos expresamos de manera integral, entonces surge la
interacción del artista con su entorno, retroalimentándose de él,
embelleciéndolo, interviniéndolo, con melodías, colores, formas, metáforas. Es
el barro del que surge la vida.
Para la escritora brasileña Clarice
Lispector “Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga
y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una
salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que
se escriba”.
A mediados de los noventa, cuando
ejercía la profesión del periodismo en el diario La Calle, me encontré con una
noticia de las que llamábamos cable. Era una de esas tantas sobre incautación
de narcóticos en el aeropuerto de Maiquetía, provenientes de las agencias que
teníamos en esa época, Venpres, Reuters y Efe.
Pero esa nota era diferente. Se
trataba del príncipe de una tribu africana. Es lo primero que llama la
atención. Es raro que, apartando el eurocentrismo del comentario, uno escuche
eso de las naciones ancestrales que aun pueblan nuestros reducidos ambientes
naturales. Uno se encuentra más con el hijo
del cacique, o el hijo del jefe tribal.
El hombre viajaba con un alijo de
cocaína en el estómago, hasta que uno de los dediles se le reventó provocándole
un delirio progresivo, en un hecho que se convertiría en un caso único para la
investigación científica judicial de ese entonces.
Al ser retenido por las autoridades,
el hombre pidió vehemente papel y lápiz, consciente de su pronto final. Los
policías se lo suministraron.
En este punto es en el que quiero
detenerme para entender un poco más la función del escritor. La vieja discusión
de lo que es literatura y lo que no es, aunque ambos estén hechos de los mismos
elementos, letras, palabras, oraciones, reglas gramaticales o figuras
retóricas.
¿Qué mueve a una persona a escribir? Por
supuesto, son demasiadas razones como para enumerarlas. Sólo me detengo en una.
La vocación de transmitir un mensaje. Por supuesto no necesariamente
moralizante. Puede ser por placer estético. Cada punto de vista es válido, la
diversidad de propuestas para mí hace más atractiva la oferta, tanto desde los
extremos puristas a los intermedios mestizos.
La capacidad de generar sentimientos,
afectos e identificación en el público es el resultado de la atemporalidad que
sobrevive los embates de las modas impuestas. Andamos siempre en busca del
escritor humanista con la suficiente lucidez para comprender su tiempo y
capacidad de incidir positivamente en la sociedad.
Puede partir de su época para contar
historias milenarias y por eso antiguos textos a veces nos parecen tan
cercanos, como el libro del Eclesiastés en la Biblia, donde el predicador se
pregunta, “¿quién sabe cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de
la vida de su vanidad, los cuales él pasa como sombra? Porque ¿quién enseñará
al hombre qué será después de él debajo del sol?”.
George Orwell no creía “que se puedan
captar los motivos de un escritor sin saber antes su desarrollo al principio-“.
Decía que “Sus temas estarán
determinados por la época en que vive -por lo menos esto es cierto en tiempos
tumultuosos y revolucionarios como el nuestro-, pero antes de empezar a
escribir habrá adquirido una actitud emotiva de la que nunca se librará por
completo.
Lo que más he querido hacer durante
los diez años pasados es convertir los escritos políticos en un arte. Mi punto
de partida siempre es de partidismo contra la injusticia. Cuando me siento a
escribir un libro no me digo: ‘Voy a hacer un libro de arte’. Escribo porque
hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que
deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan”.
El papel fue al encuentro del hombre
y guardó en su memoria, frágil y perenne a la vez, sus últimas palabras… Se
lamentaba de la pobreza de su aldea, pedía perdón por deshonrar a su familia, por
defraudar a su padre el Rey, se reprochaba no haber tenido éxito en volver con el
dinero que cambiaría tantas cosas, la eterna esperanza frustrada, la trampa de
la utopía, la injusticia social.
A medida que iba avanzando en la
carta, también nadaba en sus ríos internos la mortífera sustancia, mientras su
letra se volvía más errática, hasta perderse en incoherencias y soltar el
lápiz, que es lo mismo que morir. (continuará)
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