domingo, 4 de diciembre de 2016

Trabajo de Incorporación a la 
Academia de la Lengua de Carabobo

Capítulo I: Sobre el verdadero artista

“15 de noviembre de 1910 Casi ninguna palabra que escribo se adapta a las demás; oigo cómo las consonantes se rozan con sonido metálico, y las vocales lo acompañan con un canto que parece el de los negros en las ferias”. Franz Kafka
Hay cosas que te definen para toda la vida. Un beso. Un consejo. Un hecho. O un libro. Hace ya treinta años mi padre puso en mis manos una Historia Universal de la Música del francés Roland de Candé. Yo, que en realidad tengo una memoria indisciplinada, me encontré con una frase que se quedaría grabada en mi mente para siempre. En el proceso de búsqueda de la identidad y un puerto al que llegar, de repente tuve la certeza que había encontrado una respuesta a las preguntas tempranas de la adolescencia:

“El verdadero artista no busca agradar inmediatamente, salvo que dependa de ello su supervivencia. Fundamentalmente subversivo se reserva la libertad de imponer cambios, a pesar del público, obedeciendo a necesidades históricas, técnicas o estéticas. El artista está integrado en la sociedad, con su libertad y si es incomprendido es porque es profético. El conflicto del arte y la sociedad es una realidad objetiva, inherente a la esencia del uno y de la otra”.

La digitalización del mundo actual nos lleva, inevitablemente, a un escaneo de nosotros mismos, ya no sólo la producción se despliega en las redes, en los videos, los blog, los archivos adjuntos, los pdf, sino que poco a poco nos vamos conectando en la red hasta el punto de sumergir nuestras moléculas en el caldo de la inteligencia artificial, somos  avatares primero y luego seres biorobóticos; un ser humano imparable que conquistará parte del espacio hasta que el fin sea inevitable.
Mientras tanto hay mucho trabajo que hacer. Y el verdadero escritor que realmente tiene una propuesta, un discurso, lo necesario para cautivar al público, para mí necesariamente desde lo genuino, anda siempre en busca de reinventarse, de superar tanto ruido de la sobrecarga informativa y la vorágine citadina para hacer escuchar su voz, ante un público infoxicado, enfermo de infobesidad.

Ernest Hemingway, dijo una vez en una entrevista para la revista parisina Arts, que un escritor que deja de observar ha terminado. Y en este punto vamos a establecer canales comunicantes desde la observación y la investigación hacia el arte multidisciplinario como medio de un discurso humanista con criterio y responsabilidad social.

Cuando las disciplinas se transforman en herramientas, cuando la expresión halla caminos que pueden ser tan cotidianos que no los veíamos o tan experimentales que ni nos imaginábamos. Cuando las etiquetas y los ismos pierden protagonismo y simplemente somos nosotros, creadores, quienes nos expresamos de manera integral, entonces surge la interacción del artista con su entorno, retroalimentándose de él, embelleciéndolo, interviniéndolo, con melodías, colores, formas, metáforas. Es el barro del que surge la vida.
Para la escritora brasileña Clarice Lispector “Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba”.

A mediados de los noventa, cuando ejercía la profesión del periodismo en el diario La Calle, me encontré con una noticia de las que llamábamos cable. Era una de esas tantas sobre incautación de narcóticos en el aeropuerto de Maiquetía, provenientes de las agencias que teníamos en esa época, Venpres, Reuters y Efe.
Pero esa nota era diferente. Se trataba del príncipe de una tribu africana. Es lo primero que llama la atención. Es raro que, apartando el eurocentrismo del comentario, uno escuche eso de las naciones ancestrales que aun pueblan nuestros reducidos ambientes naturales.  Uno se encuentra más con el hijo del cacique, o el hijo del jefe tribal.

El hombre viajaba con un alijo de cocaína en el estómago, hasta que uno de los dediles se le reventó provocándole un delirio progresivo, en un hecho que se convertiría en un caso único para la investigación científica judicial de ese entonces.

Al ser retenido por las autoridades, el hombre pidió vehemente papel y lápiz, consciente de su pronto final. Los policías se lo suministraron.

En este punto es en el que quiero detenerme para entender un poco más la función del escritor. La vieja discusión de lo que es literatura y lo que no es, aunque ambos estén hechos de los mismos elementos, letras, palabras, oraciones, reglas gramaticales o figuras retóricas.
¿Qué mueve a una persona a escribir? Por supuesto, son demasiadas razones como para enumerarlas. Sólo me detengo en una. La vocación de transmitir un mensaje. Por supuesto no necesariamente moralizante. Puede ser por placer estético. Cada punto de vista es válido, la diversidad de propuestas para mí hace más atractiva la oferta, tanto desde los extremos puristas a los intermedios mestizos.

La capacidad de generar sentimientos, afectos e identificación en el público es el resultado de la atemporalidad que sobrevive los embates de las modas impuestas. Andamos siempre en busca del escritor humanista con la suficiente lucidez para comprender su tiempo y capacidad de incidir positivamente en la sociedad.

Puede partir de su época para contar historias milenarias y por eso antiguos textos a veces nos parecen tan cercanos, como el libro del Eclesiastés en la Biblia, donde el predicador se pregunta, “¿quién sabe cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de la vida de su vanidad, los cuales él pasa como sombra? Porque ¿quién enseñará al hombre qué será después de él debajo del sol?”.
George Orwell no creía “que se puedan captar los motivos de un escritor sin saber antes su desarrollo al principio-“. Decía que “Sus  temas estarán determinados por la época en que vive -por lo menos esto es cierto en tiempos tumultuosos y revolucionarios como el nuestro-, pero antes de empezar a escribir habrá adquirido una actitud emotiva de la que nunca se librará por completo.

Lo que más he querido hacer durante los diez años pasados es convertir los escritos políticos en un arte. Mi punto de partida siempre es de partidismo contra la injusticia. Cuando me siento a escribir un libro no me digo: ‘Voy a hacer un libro de arte’. Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan”.

El papel fue al encuentro del hombre y guardó en su memoria, frágil y perenne a la vez, sus últimas palabras… Se lamentaba de la pobreza de su aldea, pedía perdón por deshonrar a su familia, por defraudar a su padre el Rey, se reprochaba no haber tenido éxito en volver con el dinero que cambiaría tantas cosas, la eterna esperanza frustrada, la trampa de la utopía, la injusticia social.


A medida que iba avanzando en la carta, también nadaba en sus ríos internos la mortífera sustancia, mientras su letra se volvía más errática, hasta perderse en incoherencias y soltar el lápiz, que es lo mismo que morir.  (continuará)

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