viernes, 23 de diciembre de 2016

Trabajo de Incorporación a la Academia de la Lengua Capítulo Carabobo
 El escritor como artista integral ante los retos  de la comunicación actual

Capítulo II: Sobre la transformación desde el arte
Denis Miraldo

“El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante.

El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo”.
Este texto de la novelista española Ana María Matute ilustra poéticamente el viaje del arte en los senderos de la humanidad. Percibo el escenario teatral como un espacio infinitamente grande donde puedo pasear por sus historias, como si las tablas fueran el cielo, el mar, el bosque, una casa, un palacio… Se diluyen las fronteras entre lo literario y lo escénico, al representar o al leer.
Y por qué se llega al punto de querer que esas palabras cobren vida, tanta vida que hagan llorar, o reír o, más aun, transformar a una persona al identificarse en la evolución de un personaje. Bertold Brecht decía que “el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.
Así que la dramaturgia es un juego, una herramienta y una proyección. El teatro es ese gran y poderoso aparato artístico que le da vida a un discurso.
El Nobel portugués José Saramago decía que “como cualquier otro lector, o escritor, me busco a mí mismo. Busco encontrarme en páginas, en ideas, en reflexiones, reconocer que somos algo más que esto que se presenta como ‘realidad’, ése sigue siendo el mayor deslumbramiento”.

Hace diez años, una niña de Cantaura en el estado Anzoátegui, se sentó emocionada en los asientos dispuestos para el público. Venía de jugar y traía abrazada una pelota. La agrupación valenciana Tknela Teatro presentaba un cuento del escritor colombiano Nicolás Buenaventura Vidal que adapté para muñecos, actores, artes visuales y música en vivo.

La historia fusiona la narración oral de la Costa de Marfil en África con la costa del pacífico en Colombia en una puesta en escena onírica y lúdica. La protagonista es una niña como tantas en el mundo, como quizás nos pasó a alguno de nosotros. Tiene muchas preguntas y sus padres no tienen tiempo para ella. Esas pequeñas tragedias del día a día.
En fin, a medida que se acercaba la obra, nuestra niña espectadora se iba compenetrando más y más con el personaje, y vivía, sufría y reía intensamente cada aventura de Amaranta. Después, los aplausos en medio de la canción final, la despedida, las fotos, las gratitudes, hasta ese momento solemne en que guardamos a los muñecos.

La niña se acercó hacia la actriz – titiritera y le pidió conversar con Amaranta, lo que se dijeron exactamente solo ellas lo saben. La niña acaso sobre su familia, sus alegrías y tristezas. Amaranta callada escuchaba con la sabiduría del arte ancestral de los títeres y las marionetas. La niña del oriente venezolano, consuela a Amaranta por sus pesares y le obsequia el balón. El afecto le abrió el camino a la comunicación, y ésta, a la gratitud.
Para la norteamericana Mary Flannery O’Connor “Un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana”.
Entonces yo me pregunto. Quién esperaría que fueran los niños los que le den regalos a San Nicolás, o al Niño Jesús. Sólo de un corazón agradecido pueden salir gestos como los de la infancia de Regino Peña al sur de Valencia. El proyecto Ghetto Sur, al igual que el movimiento Vibración Positiva, me invitan cada año a compartir con nuestros niños, los de nuestra ciudad, de nuestro barrio, como Rasta Claus. Y ese día, más de treinta niños que me rodeaban, se me fueron acercando para obsequiarme los  silbatos, que habían recibido junto a los juguetes donados, mientras abrazaban y decían gracias.
A unas dos horas de Canoabo, se llega, en vehículos rústicos, a caseríos olvidados en los Valles Altos carabobeños, donde organizamos el Encuentro Más Allá de los Cuentos. Pocos años antes de su partida terrenal, el genial titiritero Eduardo Di Mauro llevó su Teatro Tempo a uno de esos pueblitos, donde los niños van a una escuelita rural, un día vestidos sólo con franela y al otro quizá solo un short. Un lugar sin electricidad y televisión. El maestro Di Mauro se conmovió ante el llanto de los niños al ver los títeres aparecer y moverse. Un escaso lujo para ellos en pleno siglo XXI.
El uruguayo Felisberto Hernández responde la eterna pregunta de la siguiente manera: “Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda”.

Pues yo sí creo en el arte como elemento transformador de la sociedad. De hecho los grandes capitales de la industria lo saben y utilizan todo el conocimiento acumulado por tantos pensadores y creadores de la historia para contarnos también buenas historias y, al mismo tiempo, imponer culturas y nuevos hábitos de consumo.

El escritor no debe estar desconectado de su tiempo. La ingenuidad, la improvisación, la elección al azar de las figuras retóricas, de los elementos narrativos y un ego que desdibuje el objetivo fundamental de un texto son factores perturbadores que van aislando al artista y minan sus capacidades creadoras.
El pasado 10 de octubre falleció mi amigo Carlos Herrera, presidente de la Asociación Venezolana de Crítica Teatral y estos días he releído algunas entradas de su blog Bitácora Crítica. A finales de agosto publicó lo siguiente:

“No, creo que el teatro para la niñez deberá comprometer un sentido de transformar con agrado, de moldear con apego a principios morales y éticos como de ser medio para crear un real encuentro de esa persona que, lentamente empieza a integrarse como miembro de una sociedad.


El que sea o no entretenido, que le permita pasarla bien por espacio de una hora o algo más, que las formas expuestas sean digeribles o aprehensibles no excluye ese vital compromiso de formarlo como un ciudadano consciente, de un ser social capaz de discernir auténticos valores más aun en lo que entendemos como este tiempo y esta forma de ser latinoamericana”. (Continuará)

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