Trabajo de Incorporación a la
Academia de la Lengua Capítulo Carabobo
El escritor como artista integral ante los retos de la comunicación actual
Capítulo II: Sobre la transformación desde el arte
Capítulo II: Sobre la transformación desde el arte
Denis Miraldo
“El cuento es astuto. Se filtra en el
vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve
melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la
bandurria. Se esconde en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la
oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las
arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera
adelante.
El cuento llega y se marcha por la
noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A
escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o
inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su
viejo corazón de vagabundo”.
Este texto de la novelista española
Ana María Matute ilustra poéticamente el viaje del arte en los senderos de la
humanidad. Percibo el escenario teatral como un espacio infinitamente grande
donde puedo pasear por sus historias, como si las tablas fueran el cielo, el
mar, el bosque, una casa, un palacio… Se diluyen las fronteras entre lo literario
y lo escénico, al representar o al leer.
Y por qué se llega al punto de querer
que esas palabras cobren vida, tanta vida que hagan llorar, o reír o, más aun,
transformar a una persona al identificarse en la evolución de un personaje.
Bertold Brecht decía que “el arte no es un espejo para reflejar la realidad,
sino un martillo para darle forma”.
Así que la dramaturgia es un juego,
una herramienta y una proyección. El teatro es ese gran y poderoso aparato
artístico que le da vida a un discurso.
El Nobel portugués José Saramago
decía que “como cualquier otro lector, o escritor, me busco a mí mismo. Busco
encontrarme en páginas, en ideas, en reflexiones, reconocer que somos algo más
que esto que se presenta como ‘realidad’, ése sigue siendo el mayor
deslumbramiento”.
Hace diez años, una niña de Cantaura
en el estado Anzoátegui, se sentó emocionada en los asientos dispuestos para el
público. Venía de jugar y traía abrazada una pelota. La agrupación valenciana
Tknela Teatro presentaba un cuento del escritor colombiano Nicolás Buenaventura
Vidal que adapté para muñecos, actores, artes visuales y música en vivo.
La historia fusiona la narración oral
de la Costa de Marfil en África con la costa del pacífico en Colombia en una
puesta en escena onírica y lúdica. La protagonista es una niña como tantas en
el mundo, como quizás nos pasó a alguno de nosotros. Tiene muchas preguntas y
sus padres no tienen tiempo para ella. Esas pequeñas tragedias del día a día.
En fin, a medida que se acercaba la
obra, nuestra niña espectadora se iba compenetrando más y más con el personaje,
y vivía, sufría y reía intensamente cada aventura de Amaranta. Después, los
aplausos en medio de la canción final, la despedida, las fotos, las gratitudes,
hasta ese momento solemne en que guardamos a los muñecos.
La niña se acercó hacia la actriz –
titiritera y le pidió conversar con Amaranta, lo que se dijeron exactamente
solo ellas lo saben. La niña acaso sobre su familia, sus alegrías y tristezas.
Amaranta callada escuchaba con la sabiduría del arte ancestral de los títeres y
las marionetas. La niña del oriente venezolano, consuela a Amaranta por sus
pesares y le obsequia el balón. El afecto le abrió el camino a la comunicación,
y ésta, a la gratitud.
Para la norteamericana Mary Flannery O’Connor
“Un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto
comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una
situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el
misterio de la personalidad humana”.
Entonces yo me pregunto. Quién
esperaría que fueran los niños los que le den regalos a San Nicolás, o al Niño
Jesús. Sólo de un corazón agradecido pueden salir gestos como los de la
infancia de Regino Peña al sur de Valencia. El proyecto Ghetto Sur, al igual
que el movimiento Vibración Positiva, me invitan cada año a compartir con
nuestros niños, los de nuestra ciudad, de nuestro barrio, como Rasta Claus. Y
ese día, más de treinta niños que me rodeaban, se me fueron acercando para obsequiarme
los silbatos, que habían recibido junto
a los juguetes donados, mientras abrazaban y decían gracias.
A unas dos horas de Canoabo, se
llega, en vehículos rústicos, a caseríos olvidados en los Valles Altos
carabobeños, donde organizamos el Encuentro Más Allá de los Cuentos. Pocos años
antes de su partida terrenal, el genial titiritero Eduardo Di Mauro llevó su
Teatro Tempo a uno de esos pueblitos, donde los niños van a una escuelita
rural, un día vestidos sólo con franela y al otro quizá solo un short. Un lugar
sin electricidad y televisión. El maestro Di Mauro se conmovió ante el llanto
de los niños al ver los títeres aparecer y moverse. Un escaso lujo para ellos
en pleno siglo XXI.
El uruguayo Felisberto Hernández responde
la eterna pregunta de la siguiente manera: “Lo más seguro de todo es que yo no
sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y
propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los
extranjeros que ella les recomienda”.
Pues yo sí creo en el arte como
elemento transformador de la sociedad. De hecho los grandes capitales de la
industria lo saben y utilizan todo el conocimiento acumulado por tantos
pensadores y creadores de la historia para contarnos también buenas historias
y, al mismo tiempo, imponer culturas y nuevos hábitos de consumo.
El escritor no debe estar
desconectado de su tiempo. La ingenuidad, la improvisación, la elección al azar
de las figuras retóricas, de los elementos narrativos y un ego que desdibuje el
objetivo fundamental de un texto son factores perturbadores que van aislando al
artista y minan sus capacidades creadoras.
El pasado 10 de octubre falleció mi
amigo Carlos Herrera, presidente de la Asociación Venezolana de Crítica Teatral
y estos días he releído algunas entradas de su blog Bitácora Crítica. A finales
de agosto publicó lo siguiente:
“No, creo que el teatro para la niñez
deberá comprometer un sentido de transformar con agrado, de moldear con apego a
principios morales y éticos como de ser medio para crear un real encuentro de
esa persona que, lentamente empieza a integrarse como miembro de una sociedad.
El que sea o no entretenido, que le
permita pasarla bien por espacio de una hora o algo más, que las formas
expuestas sean digeribles o aprehensibles no excluye ese vital compromiso de
formarlo como un ciudadano consciente, de un ser social capaz de discernir
auténticos valores más aun en lo que entendemos como este tiempo y esta forma
de ser latinoamericana”. (Continuará)
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