Sobre la responsabilidad
social del docente
y unas notas sobre la evolución literaria latinoamericana
en la obra de algunos de sus principales exponentes
(Palabras de clausura del
acto de incorporación de la
Dra. María Pinto a la Academia de la Lengua de
Carabobo)
Denis Miraldo
Ante todo debo expresar mi profunda
gratitud a mis compañeros correspondientes y numerarios de la Academia de la
Lengua de Carabobo por permitirme brindar estas líneas para la clausura del
acto de incorporación de la Dra. María Pinto, quien ha presentado su trabajo de
incorporación titulado “Narrativa fenomenológica de la literatura desde las
voces nobeles latinoamericanas”.
En primer lugar voy a hacer un breve
repaso por lo que han significado para mí los autores seleccionados por la
profesora: Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Pablo
Neruda, Miguel Ángel Asturias y Gabriela Mistral, escritores determinantes para
entender la evolución de la literatura latinoamericana con una influencia de
grandes dimensiones en la cultura occidental.
Brevemente comienzo con Mario Vargas
Llosa, cuya obra “Pantaleón y las visitadoras” me mostró la capacidad de la
literatura para denunciar una realidad, como lo es la gran hipocresía de una
sociedad machista, en una operación de la institución militar para dotar de
servicios sexuales a los soldados de la Amazonía Peruana. La historia que
empieza de manera bastante inocente e, incluso, invitando al lector a
justificar esta acción, va revelando la confrontación entre los principios
éticos de un buen soldado frente a las órdenes de sus superiores.
El caso de Gabriel García Márquez fue
más allá para mí, pues en el confluían mis propios intereses intelectuales, la
literatura, el periodismo, el realismo mágico. Empezando por “Relato de un
náufrago”, pasando por los cuentos y las tres veces que leí “Cien años de
soledad”, lo que me sumergió en trescientos años de los enredos de los Buendía
en Macondo, el Gabo resultó una inspiración fundamental, al partir de la
realidad para crear otros mundos, crear el arquetipo del pueblo
latinoamericano, conectar el periodismo con la literatura, ahondar en los
misterios humanos, explorar las tierras rurales a través de una fantasía,
cargada de realismo, mágico, maravilloso, creativo, y esa frase que nunca se
borró luego de la primera lectura: “porque las estirpes condenadas a cien años
de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Por cierto, y esto es verídico, esta
mañana en esta misma casa de José Rafael Pocaterra, creo que fui el único en
ver a una pequeña mariposa amarilla revoloteando sobre los nuevos miembros de
la Asociación de Escritores. Se posó juguetonamente entre las columnas de la casa
antes de volar definitivamente hacia el cielo lluvioso de Valencia. En estas
jornadas en las que celebramos el Día Nacional del Escritor, ese pequeño
detalle, realista y mágico, aun me deja sin palabras, mudo ante esas instancias
lúdicas del universo, definitivamente superiores a nosotros.
No deseo extender este discurso, así
que voy al grano: Pablo Neruda, orfebre de la poética amorosa. Consulta
obligada para cualquier adolescente cursi como yo, en busca de las palabras
apropiadas para enternecer el corazón de la amada, o de la que creíamos amar en
esos años tempranos. Me gustas cuando hablas, poeta, porque estás como
creativo, porque me haces sentir vivo.
Gabriela Mistral, una simbiosis
perfecta de pedagogía y arte literario, el mistral de cuarzo, la gema preciosa
de la poesía chilena, como le bautizamos en un reciente recital de mi
agrupación El Taller de Calíope, quien me enseñó que el arte para niños no es
un arte menor, que debería ser un arte supremo y de mayor responsabilidad al
cultivar al lector o público del futuro, la nueva generación, lo que llamamos
el hombre y la mujer nueva. Desde mi grupo Tknela Teatro, lo entendimos hace
veinte años y marcamos a fuego una frase en nuestras mentes y corazones: “Todos
los niños tienen derecho al arte”
Miguel Ángel Asturias, conectado con
las culturas originarias de Guatemala, reconocido en el mundo por su aporte
como escritor y periodista con su estilo de la “corriente de la conciencia”.
Esa misma conciencia que me hace invitar a los literatos carabobeños a ahondar
en nuestras raíces y revitalizar, o por lo menos, recrear, estas antiguas
culturas de la Cuenca del Valle de Valencia, actualmente ignoradas, muchas
veces despreciadas, pero con el potencial de convertirse en motores de
trascendencia universal, desde lo local. Estoy seguro que más de uno se puede
llevar una sorpresa si investiga, por ejemplo, el significado poético de la
toponimia ancestral carabobeña.
Por último el mexicano Octavio Paz,
uno de los más grandes poetas hispanos de todos los tiempos. Experimentador,
inconformista, difícil de encasillar o etiquetar en un estilo, creador de los
Topoemas. Dicen que vanguardista o metafísico, que navegó desde la preocupación
social hasta el existencialismo, la soledad, la incomunicación, en fin, la
belleza innata de las palabras al servicio de la necesidad de comunicación del
artista.
En el excelente trabajo de María
Josefa Pinto Delgado, leemos su punto de vista de las categorías
fenomenológicas de la literatura, como metagenealogía lectural, como huella de
comprensión social del destino común, como esperanza eterna del presente con la
palabra actuante, como bola de cristal para la justicia social y como hogar del
trabajador cultural.
Yo, en mi humilde aporte, sólo puedo
concluir celebrando la existencia de profesionales como ella que conectan con
hilo dorado finamente bordado, la intelectualidad, la vocación del docente, la
inquietud de aprender, el entendimiento profundo de esta maravillosa profesión
que debería estar reconocida y dignificada como el más elevado y delicado
oficio que es, todo con una sola idea suprema: la responsabilidad social del
docente consciente de su entorno y enamorado plenamente de la formación de las
nuevas generaciones para la salvación de esta humanidad.
Usted, profesora, ingresa a la
Academia de la Lengua de Carabobo, por la puerta grande, una puerta de la luz y
hacia la luz. El conocimiento brindado con amor. Hoy nosotros lo hemos recibido
y, con gratitud, le reconocemos con un majestuoso aplauso a su sensibilidad
literaria y a su aporte en la educación de Venezuela y Latinoamérica.